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El 14 de octubre de 1899 el señor Cavor logró sintetizar por primera vez la cavorita, un material opaco a la gravedad con el que se conseguía aislar cualquier cuerpo de la atracción gravitatoria de la tierra. “Si alguien necesitaba alzar un peso, por enorme que fuera, con sólo poner una hoja de esa substancia debajo, podría levantarlo como se levanta una paja.” [Wells, 2000:20]  Gracias a una nave esférica de acero revestida de cristal y con ventanas hechas de cavorita, el señor Cavor se convirtió en el primer ser humano en pisar la superficie lunar. “Dio unos pasos hacia adelante, y la curva del vidrio reflejó grotescamente su figura. Se detuvo, miró un momento a un lado y otro; luego se recogió y saltó.” [Wells, 2000:76]  Unas décadas antes, Impey Barbicane, Nicholl y Miguel Ardan habían montado en un proyectil cilíndrico hueco también con destino a la luna. Sin embargo, fracasarían en su intento de alunizar cuando al encender los propulsores de la nave estos les devolvieron justamente al camino contrario. “En aquel momento, Barbicane, apartándose del cristal de la lumbrera, se volvió hacia sus compañeros, los cuales le vieron horriblemente pálido, con la frente arrugada y los labios contraídos.

 

—¡Caemos!— dijo.

—¡Ah!— exclamó Miguel Ardan—¿Hacia la Luna?

—Hacia la Tierra— respondió Barbicane.”
 [Verne, 2008]

 

H.G. Wells dio el paso definitivo para que el hombre pisara la luna, el paso que no pudo dar Jules Verne, quizás agarrotado por una imaginación excesivamente subyugada al predicamento científico. Porque para pisar la luna –cuyas consecuencias científicas eran imprevisibles a mediados del siglo XIX– era necesario imaginar previamente una substancia alquímica como la cavorita, un material que hacía “perder” el peso a cualquier objeto, en realidad, un guiño para imaginar con libertad.

 

Hasta 1915, la gravedad era una misteriosa fuerza de origen espiritual. Siglos antes Isaac Newton había imaginado –así es– que una fuerza universal hacía que los cuerpos se atrajeran unos a otros. Esta idea le llevó a deducir que esa fuerza, la gravedad, era una fuerza instantánea –cualquier cuerpo notaría inmediatamente la presencia de otro, y sufriría su atracción– que actuaba a distancia –la intensidad de la fuerza dependería de la posición del otro cuerpo, aunque estuviera muy alejado y sin que hubiera contacto entre los cuerpos–. Sin embargo, al intentar explicar la existencia de esa fuerza universal Newton optó por el camino más fácil: “la acción de la gravitación sólo puede adscribirse a causas “no materiales”. Debe tratarse de algún agente activo, intermediario espiritual entre Dios y el mundo.” [Granés Sellares, 2005:265]  Pero en 1915 Einstein presenta la teoría de la relatividad general y con ella la gravedad se convierte en un efecto geométrico de la materia sobre el espacio-tiempo: cuando cierta cantidad de materia ocupa una región del espacio-tiempo, éste se deforma. La fuerza gravitatoria dejaba así de ser una "misteriosa fuerza que atrae" –Newton– para convertirse en el efecto que produce la deformación del espacio-tiempo sobre el movimiento de los cuerpos. En una carta escrita al Scientific American –precisamente con el objeto de explicar la teoría de la gravedad generalizada– Einstein afirmaba que “la idea teórica no surge como un hecho alejado e independiente de la experiencia; tampoco puede ser derivada de la experiencia a través de un procedimiento meramente lógico. En realidad, es producto de un acto creativo.” [Einstein, 1985:310]  Si la teoría de Einstein es más compleja (científicamente) que la de Newton es fundamentalmente porque es el producto de un acto imaginado más complejo (creativamente). Seguramente se acerca más a una verdad racional –qué teoría no lo hace con respecto a sus predecesoras– pero sobre todo cubre el vacío imaginario que Newton atribuyó a lo “divino”.

 

En 1948, un ferviente entusiasta de Isaac Newton, el magnate Roger Babson, crea la Gravity Research Foundation (GRF). Su objeto: “estimular la búsqueda de algún tipo de «pantalla de gravedad» –una substancia que cortará la gravedad de la misma forma que una lámina de acero corta un haz de luz.” [Gardner, 1957:92]  Lo que llevó a Babson a dedicarse con empeño a la búsqueda de formas de control de la gravedad fue la muerte por ahogamiento de su ahijado de diecisiete años en 1947, hecho que le hizo rememorar la muerte, también por ahogamiento, de su hermana mayor cuando era todavía niño. Tenía una curiosa visión de la gravedad como una forma de “mal natural”, “un «dragón» que se había apoderado de sus seres queridos y los había arrastrado a las profundidades” [Gardner, 1957:99]. En 1949, la fundación estableció un premio anual al mejor ensayo sobre “las posibilidades de descubrir (1) «algún aislante parcial, reflector o absorbente de la gravedad,» (2) «alguna aleación, u otra substancia, cuyos átomos puedan ser agitados o reordenados mediante la gravedad para dominar el calor,» (3) «algún otro método razonable de aprovechar el poder de la gravedad» [Gardner, 1957:94]. Sin embargo, la fundación nunca se ganó el prestigio deseado. Babson llevaba el control de las líneas de investigación y dado que no era científico –era un ingeniero graduado por el Massachusetts Institute of Technology– “estas tendían a ser más bien raras –en un boletín de la GRF el milagro bíblico de Jesús caminando sobre el agua era ofrecido como evidencia de la posibilidad de escudos antigravitatorios” [De Witt & Rickles, 2011:9]. Entre otros trabajos, la GRF llegó a publicar ensayos sobre: “sillas de gravedad” diseñadas para ayudar la circulación sanguínea, “gravedad y postura”, “gravedad y ventilación” o un estudio del propio Babson sobre cómo la gravedad afecta a los cultivos, estos a los negocios y estos a las elecciones a presidente de los Estados Unidos. Durante años, la GRF también erigió monumentos en diferentes universidades del país con frases que aludían a la importancia de los estudios sobre la gravedad que promovían. En uno de ellos, el levantado en 1961 en la Tufts University (Medford, Massachusetts), dice que el monumento “es para recordar a los estudiantes sobre las bendiciones futuras que proporcionará un semi-aislante cuyo objetivo sea controlar la gravedad como una fuerza libre y poder reducir los accidentes de avión.”

 

Es evidente que las teorías de Babson no surgían de hechos derivados de la experiencia pero tampoco de hechos alejados de la misma. Sus teorías eran actos creativos puros. Es como si con la creación de la GRF, Babson hubiera querido hacer realidad el descubrimiento imaginado por Wells a través del personaje del señor Cavor, y haciéndolo además, obviando la revolución que había supuesto para la física moderna la teoría de la relatividad de Einstein. Como afirma De Witt, “uno se pregunta lo que Roger Babson hubiera hecho si las ecuaciones de Newton hubieran sido las que llevaron al hombre al espacio!” [De Witt & Rickles, 2011:11]

 

La GRF provocó la mofa del mundo científico “sensato” –el propio De Witt, que en 1953 fue el ganador del premio al mejor ensayo sobre la gravedad de la GRF, afirmó que lo había escrito en una tarde y que habían sido los 1000$ más fáciles que había ganado nunca [De Witt & Rickles, 2011:8]–, incluso el divulgador científico Martin Gardner llegó a apodar a su fundador “Sir Isaac Babson” –en alusión a Newton– señalando su proyecto científico como el más inútil del siglo XX [Gardner, 1957:92]. “No hay duda de que Babson (…) tiene las mejores intenciones al mantener su Fundación en marcha. Pero seguramente hay un toque de pecado de orgullo a su negativa de aceptar el consejo de físicos competentes sobre cómo debería ser mejor empleado su dinero por el bien de la ciencia y de la humanidad.” [Gardner, 1957:100]  Sin embargo, cabe preguntarse por qué los físicos competentes han de ser valedores de proyectos que no engloban sus competencias. Porque la gravedad, tal y como la imaginaba Roger Babson, no era competencia de la física moderna. Roger Babson no era un científico, sólo un admirador de una ciencia cubierta de polvo, un hombre adinerado con una idea romántica, casi mística. Y la GRF no podía ser un proyecto científico al uso por el simple hecho de tratar un concepto como la gravedad. Todo formaba parte de una lógica absurda y contradictoria –en la que los físicos competentes no encuentran acomodo–, una lógica de imaginación pura. Es cierto que cuanto más sabemos de algo más preguntas somos capaces de hacernos y más esfuerzo racional cabe para cubrir de conocimiento ese vacío existencial pero también más lógica irracional ha de ponerse al servicio del mundo. Si como ha afirmado recientemente Viatcheslav Mukhanov, catedrático de Cosmología en la Universidad Ludwig Maximilians de Múnich, “las ondas gravitacionales son el futuro de la astronomía” [Guerrero, 2016], ¿acaso la gravedad no sigue siendo a día de hoy una ventana tan abierta a la imaginación como lo era en la época de Jules Verne?

 

Bienvenidos sean los proyectos inútiles a la ciencia.

 

 

 

 

Bibliografía

 

De Witt, C.M. & Rickles, D. (eds.) (2011) The role of gravitation in physics. Report from the 1957 Chapel Hill Conference. Edition Open Access.

Einstein, A. (1985) Mis ideas y opiniones. Barcelona: Antoni Bosch, editor.

Gardner, M. (1957) Fads & fallacies. In the name of science. The curious theories of modern pseudoscientists and the strange, amusing and alarming cults that surround them. A study in human gullibility. New York: Dover Publications, Inc.

Granés Sellarés, J. (2005) Isaac Newton. Obra y contexto. Una introducción. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Guerrero, T. (2016) “Entrevista a Viatcheslav Mukhanov” en elmundo.es:

http://www.elmundo.es/ciencia/2016/06/22/576980f4268e3ed97b8b458f.html

Verne, J. (2008) Alrededor de la luna.

https://clasesparticularesenlima.files.wordpress.com/2015/06/alrededor-de-la-luna.pdf

Wells, H.G. (2000) Los primeros hombres en la luna. elaleph.com.

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