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EDITORIAL.</EARTH>

ARTE, HUMANIDAD, TECNOLOGÍA, NATURALEZA

 

_Bárbara Fluxá

_Santiago Morilla

En el lenguaje de programación HTML, la gramática

para abrir una etiqueta que llame a un contenido

específico se escribe:

<así>y se cierra: </así>

      El título de este número de ¬Accesos </earth> arte, humanidad, tecnología, naturaleza hace referencia al cierre de una etiqueta cargada de un contenido urgente de abordar, léase: al cierre del modo antropocéntrico de ver y entender el mundo, para abrir un nuevo paradigma en el que, a partir de ahora, la buena agencia de los múltiples ensamblajes, solapamientos, mutaciones, coexistencias e interconexiones entre la humanidad, la tecnología y la “Naturaleza” será esencial.

      La revolución industrial y la revolución digital han provocado la completa transformación de nosotros como seres humanos y del entorno como supuesta “Naturaleza”. El planeta Tierra y todos sus habitantes (humanos y no humanos) están hoy transmutados por el sistema de la tecnosfera. La constatación de las complejas y paradójicas interdependencias de esta con el resto de las esferas terrestres ha provocado en la sociedad contemporánea la introducción de una necesaria e inédita concienciación post-antropocéntrica de enorme trascendencia. Se vislumbra un nuevo humanismo (cíborg, postidentidad, posthumanidad) en el que va implícita la traslación de la idea de un anthropos superior como sujeto central de dominación del mundo que le rodea por la de un nuevo sujeto de interacción y coexistencia futura con todo lo no humano, esos “extraños forasteros” (bosques, virus, animales, inteligencias artificiales (IA), ríos, minerales, máquinas, montañas, algoritmos, ...) de los que nos habla el filósofo Timothy Morton en El pensamiento ecológico (2010).

      En este sentido, también el científico Peter Haff, en sus teorías sobre la tecnosfera, hace especial hincapié en la idea de una existencia colectiva en interdependencia. Para él, ya no es posible la clásica separación entre lo natural y lo artificial, ya que la humanidad es un componente más de la tecnosfera. El ser humano contemporáneo se encuentra atrapado en su propio éxito evolutivo, es un ser interdependiente dentro de un sistema biotécnico dinámico, creado por él mismo, que ha transformado por completo al planeta  Tierra y al mismo Homo-Sapiens como especie. Este cambio de paradigma radical –que, como apunta Ulrich Beck, sobrepasa con creces el “shock antropológico” de los límites del crecimiento de la sociedad de los años 80– lo asumen desde distintos puntos de vista pensadores contemporáneos como P. J. Crutzen, R. Braidotti,Y. Harari,T. Morton, G. Harman, J. Bennet, B. Latour, D. Haraway, etc.Y, en primera instancia, pone de manifiesto la mayor paradoja a la que la humanidad se ha tenido que enfrentar nunca: la conciencia de que su propia extinción depende de ella misma. Que la lucha por la propia supervivencia supone ahora, en cierto modo, el riesgo de poner en peligro la propia existencia y de “todo” lo que la rodea. 

      Como consecuencia, la humanidad se ve obligada a mantener la tecnosfera (y todas sus contradicciones) en funcionamiento, primero porque no sabe ni puede desactivarla, y segundo –y más importante– porque es la que proporciona a una gran parte de la humanidad los alimentos, las viviendas y otros recursos (sistemas de comunicación, transporte, medicamentos, innovaciones biotecnológicas, etc.) que garantizan su supervivencia.

      La experiencia traumática del “fin” de nosotros y nuestro entorno, se vive día a día cada vez con mayor intensidad, por ejemplo, con las evidencias del cambio climático: temperaturas en ascenso, ciudades sin agua, extinciones masivas de animales esenciales para la vida como los insectos, tsunamis y sus consiguientes accidentes nucleares (Fukushima). Frente a la abrumadora magnitud del problema, algunas personas reaccionan con desesperación o nihilismo mientras que, como apunta Bruno Latour en Dónde aterrizar (2019), las élites han terminado por considerar inútil la idea de que la historia nos empuja a un horizonte compartido donde todos los humanos podremos prosperar en igualdad. Pero el negacionismo, la agresividad y/o la pasividad derrotista, no nos parecen una opción, siquiera una posición frente a la redefinición de los afectos ni frente a la percepción de lo que está en juego. Y, aunque esta experiencia puede convertirse en paralizante, estos posicionamientos sólo nos llevan en el mejor de los casos al delirio distópico (véanse las innumerables series de ficción especulativa que desde el sector audiovisual del entretenimiento invaden el ámbito cultural) que lejos de permitirnos afrontar las problemáticas de la tecnosfera de un modo asertivo las empeora, o como poco las normaliza, desactivando así nuestra posible emancipación, entendida como la necesaria capacidad política de nuestros modos de proceder de los que hablaba Rancière en su obra El maestro ignorante (1987). La “irónica conciencia ecológica”, en palabras de Morton, de darnos cuenta de que estamos atrapados en este complejo fenómeno, en una crisis de agencia, con la sensación de que no podemos hacer gran cosa, demuestra nuestra propia naturaleza contradictoria. A partir de la experiencia de nuestras propias limitaciones, pero también de nuestras potencialidades, es desde donde se construye hoy un nuevo humanismo en coexistencia con la erróneamente llamada “Naturaleza”.

      Y esta onda expansiva, de cambio en la afección hacia nuestro entorno y de desplazamiento en el papel de la humanidad como parte del planeta, interpela a multitud de prácticas artísticas contemporáneas interesadas en generar una nueva forma de ver y estar en la Tierra. A estos paisajes críticos hemos dedicado este número.

      </earth> reúne prácticas artísticas contemporáneas que abordan las múltiples paradojas de las nuevas materialidades tecno-ecológicas de nuestro tiempo. Frente a los grandes retos del s. XXI, en este número de ¬Accesos desplegamos una selección de saberes y haceres del arte contemporáneo que plantean estrategias de orientación ante la inconmensurabilidad del problema, y que se atreven a unir investigación y práctica artística, ideas y ámbitos de acción, experimentaciones e intuiciones en una alogamia que, consideramos, puede conducir a nuevas emociones políticas e innovaciones epistémicas.

      Desde el arte no queremos aquí abrir –de nuevo– una ventana a otro mundo, ni queremos que nos ayude a encontrar, ni tampoco imaginar, un exoplaneta que colonizar. Aún queremos ese zambullirnos en “este mundo”, el que tenemos, ese mundo hiperhistórico, del que habla Luciano Floridi, totalmente dependiente de las TIC, que ha cambiado lo que entendemos como público, como “otro” y “uno mismo”, como urgente y necesario, donde no solo ha cambiado la idea misma de “mundo” sino también –y definitivamente– lo que es una obra artística. En el contexto de la tecnosfera, nos resistimos a pensar en una completa e irreversible delegación en la inteligencia artificial como la encargada principal para lidiar con la irreversibilidad del caos informacional, la destrucción del planeta e incluso la extinción del ser humano. Frente a este panorama complejo que dibuja la impotencia y la desconexión de responsabilidades sociales, y que parece que coloca al sujeto en una postura de mero “testigo”, queremos, como ya hiciera Bruno Latour en Esperando a Gaia, llamar a la acción y la imaginación política mediante el estímulo estético y el potencial emancipador de las prácticas artísticas contemporáneas. Queremos cerrar así la etiqueta que describía un mundo como instrumento al servicio de los intereses del capital y del código antropocéntrico.

      Imaginemos otro código, otra mutación, otra posibilidad de mundo matero/virtual, una realidad radical, una nueva poética de la coexistencia, un nuevo humanismo de consideraciones mutuas entre humanos y no humanos: Nunca arte y vida han estado tan entrelazados como lo están hoy en la tecnosfera...

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